El espíritu del valle no muere. Es la hembra misteriosa.
La puerta de lo misterioso femenino es la raíz del universo.
Ininterrumpidamente, prosigue su obra sin fatiga.
Conoce lo masculino y conserva lo femenino, hazte barranco del mundo.
Conoce el honor, mantente en la humillación, hazte valle del mundo.
Lao Tse
Diosa madre de la Tierra, fuerza misteriosa de la naturaleza, nutricia y fecundadora de la vida y de la muerte, hija de Cronos y Rea, hermana y esposa de Zeus, Deméter es adorada desde mucho antes de la llegada de los Olímpicos. Concibió a su hija Perséfone con Zeus, rey del Cielo y de los dioses, aquél cuya voz (como el trueno) se oye de lejos. Doble diosa, ella tiene el poder de descender al inframundo, en ella está la virtud salvífica pero también la destructora, con ella se inician los atributos de la Virgen María y también en la Virgen Negra se conservan sus atributos conectados con lo misterioso y telúrico vinculado a la tierra.
El mito de Deméter/Perséfone excede con mucho el esquema del ciclo estacional al que se le asocia comúnmente, los misterios escatológicos que encierra junto con la profundidad y riqueza del mito, nos invitan a ir adentrándonos en él de una manera no siempre lineal, más bien entrelazada y entrecruzada, pues lo propio del símbolo es la red, una malla que pone en relación a diferentes hilos llegados y por llegar, una malla para pescar significados o alcances y con los que entrelazarse de nuevo. Comenzaremos la lectura del mito a partir del más antiguo de los himnos homéricos. El himno homérico a Deméter se calcula que fue escrito en el siglo VII a.C. y según nos dice Alberto Bernabé, el desconocido autor del poema se mueve dentro de una larga tradición literaria, en la línea de los poemas homéricos y hesiódicos.
A través de la semejanza con el proceso que sigue la semilla enterrada en las profundidades de la tierra y a la que, sin embargo, también los rayos del sol alcanzan, surgen las correspondencias que dan vida al relato mitológico de esta doble diosa, ella es semilla en la tierra, y como tal germina desde dentro, muere para hacer brotar la vida. El himno comienza con la joven Perséfone (Koré: muchacha) recogiendo flores en el valle de Nisa junto con las hijas de Océano, cuando de pronto una grieta se abre en la tierra y la joven es raptada por Hades, dios de los muertos y las profundidades. Sin el conocimiento de Deméter, Zeus había prometido en matrimonio a su hija Perséfone con el rey del inframundo. La diosa, terriblemente angustiada por la desaparición de su hija, comienza a buscarla vagando durante nueve días con sus noches, sin comida ni bebida, alumbrada por dos antorchas.
Resonaron las cimas de los montes y los abismos del mar por la voz inmortal. Y la oyó su venerable madre. Un agudo dolor se apoderó de su corazón. En torno a sus cabellos perfumados de ambrosía destrozaba con sus propias manos su tocado. Se echó un sombrío velo sobre ambos hombros y se lanzó, como un ave de presa, sobre lo firme y lo húmedo, en su busca. Mas no quería decirle la verdad ninguno de los dioses ni de los hombres mortales. Ninguna de las aves se le acercó como veraz mensajera. Desde entonces, durante nueve días la venerable Deó anduvo errante por la tierra llevando en sus manos antorchas encendidas. Y ya no se nutría con la ambrosía ni el néctar dulce de beber, presa de la aflicción. Y tampoco sumergía su cuerpo en el baño. (1)
En su peregrinaje por la tierra, Deméter se encuentra con Hécate, diosa lunar y solitaria, la única que había escuchado los gritos de Perséfone. Ésta la conduce a Helios, dios del sol, al que nada se le escapa de lo que sucede en la tierra, pues sus rayos llegan a todos los confines y horizontes de la tierra. Helios le hace saber finalmente que su hija se encuentra en el inframundo, reino de Hades y de los muertos. Es interesante notar el recorrido de conocimiento, que comienza en la diosa lunar, oscura y vacía como la noche (ya sabemos que la luz que ella desprende la obtiene del sol) y llega al dios del sol. La acción combinada de deidades lunares y solares (terrestres unas y celestes otras) se concilian en el simbolismo de la materialización del espíritu y la espiritualización de la materia con la que se accede al Conocimiento. Gracias al encuentro con la primera, Deméter recibe la información que le hace llegar al sol, y por tanto a la verdad, una verdad que parece estar en íntima relación con el dolor.
Pero a ella un dolor más cruel y más perro le llegó al ánimo. Irritada contra el Cronión, amontonador de nubarrones, tras apartarse en seguida de la asamblea de los dioses y del grande Olimpo, marchó a las ciudades de los hombres y a sus pingües cultivos, desfigurando por mucho tiempo su aspecto. Ninguno de los hombres ni de las mujeres de ajustada cintura la reconocían al verla, hasta cuando llegó a la morada del prudente Céleos, que era por entonces señor de Eleusis, fragante de incienso. (1)
La ira de la diosa se desata por partida doble, la primera cuando se entera del paradero de su hija Perséfone, raptada por Hades y arrastrada al inframundo. La segunda cuando trata de convertir en inmortal al bebé del rey Céleo, que reinaba en Eleusis. En la primera ocasión la desesperación y la tristeza invaden a la diosa, el dolor se convierte en ira y finalmente se separa de los dioses para deambular entre los hombres. Pero es la segunda frustración ocurrida en la casa de Céleo y Metanira la que desata la mayor de sus cóleras y la hambruna que amenaza por igual a mortales e inmortales. La desesperación y la pena por la pérdida de su hija divina encuentran un poco de alivio en la crianza del niño Demofonte, que crece floreciente y parecido a las deidades. La diosa alimenta al bebé con ambrosía y lo oculta en el ardor del fuego por las noches, para convertirlo en inmortal. Pero cuando Metanira se entera enloquece de rabia y le quita al niño de sus manos para depositarlo en el suelo. Este acto simbólico de depositarlo en el suelo alude a la profanación del fuego sagrado con el que la diosa convertiría en inmortal al niño de no ser por la ignorancia de los humanos. La pérdida de la hija biológica y la del hijo adoptivo provocan por vía doble (divina y humana) que Deméter se recluya en su templo y se desentienda del cultivo y de los frutos del campo. El lamento de la diosa ante la ignorancia de los mortales resulta de vigorosa actualidad.
¡Hombres inconscientes y locos! ¡No podéis presagiar ni la buena ni la mala suerte que están por venir! Tú ahora, por tu necedad, te has procurado un daño enorme. Pongo por testigo la implacable corriente de la Estigia, pronuncio el juramento de los dioses; yo iba a hacer de tu hijo amado un ser inmortal y no expuesto a la vejez, y le iba a conceder eternos honores. Ahora en cambio ya no le será posible evitar la muerte y las parcas. (1)
Frente al poder destructor del tiempo horizontal, ejemplificado en la circulación cíclica perenne de las estaciones y de los ciclos naturales, el acontecimiento mítico posibilita un entrelazamiento con un orden de realidad diferente, un puente hacia niveles que trascienden el devenir cotidiano. Por eso, el mito de Deméter/Perséfone es también un relato de apertura hacia la trascendencia de las limitaciones espacio-temporales a las que el ser humano se encuentra sometido. El tiempo mítico es un no-tiempo, sucede fuera del tiempo lineal, continuo y profano, esto quiere decir que está ocurriendo siempre, y que a través del relato mítico se nos ofrece una posibilidad de captar, por reflejos y correspondencias, algo de un proceso cosmogónico del que también nuestra psique participa, pues con ella advertimos otra realidad que opera más allá de la de los sentidos.
Deméter/Perséfone, Madre/Hija, Mujer/Doncella, Expresión/Ocultación, Alegría/Tristeza, Ira/Esperanza, Fructificación/Destrucción, Civilización/Barbarie, Amor/Muerte. A través de estos procesos duales que tienen lugar en los ciclos naturales estacionales y también en nuestra alma, se simboliza el paso de un estado previo primitivo a otro superior como también la agricultura, primer oficio de la humanidad, dio paso al sedentarismo y al núcleo poblacional de la aldea. No debemos olvidar que la palabra cultura proviene precisamente de ‘cultivo’, es por ello que la representación de vegetales en la descripción simbólica del hombre arcaico y tradicional está al servicio de una visión sagrada del mundo. En el proceso de germinación, desarrollo, florecimiento y donación de los frutos de las plantas accedemos a un hecho verdaderamente mágico en el que las fuerzas telúricas y cósmicas se encuentran y concilian, las raíces se nutren de las diosas lunares y terrestres, mientras que las ramas lo hacen de los dioses solares y celestes. Son por tanto destacables las alusiones constantes a lo divino (celeste, inmortal) y a lo humano (terrenal, mortal) que hay en el mito. No en vano la diosa Deméter se separa de los dioses para deambular entre los mortales, y pretende además convertir en inmortal a un bebé hijo de mortales humanos. Perséfone, en su descenso al inframundo, sin embargo, asciende hacia lo divino, pues en la tierra el simbolismo se invierte, y al igual que las raíces de los árboles, cuanto más profundas son más alto crece éste, así también esta pareja de diosas, tras el descenso a los infiernos, recuperan siempre su puesto en el Olimpo divino. Deméter, como Dioniso, son dos divinidades que no acaban de situarse plenamente entre los Olímpicos, sino que hallan mayor acomodo entre los hombres. En ese sentido, cabe destacar que el propio templo de Deméter situado en Eleusis (el Telesterion) tenía características diferentes con respecto al modelo más extendido de templo en Grecia, pues la mayoría servían para alojar a la estatua de la divinidad, y no a los fieles. En el caso del templo de Deméter, sin embargo, sí servía para acoger a los iniciados y a aquellos que estaban por iniciar, que acompañaban el ritual.
Los motivos básicos de este mito se repiten en muchos relatos anteriores y posteriores sobre el entrelazamiento de la muerte y la vida: Isis y Osiris, Cibeles y Atis, Afrodita y Adonis… Al relatar el mito íntegro de Isis y Osiris a los griegos del siglo I d.C. Plutarco encontró paralelismos entre Osiris y Dioniso e Isis y Deméter, como los primeros cristianos los encontraron entre Osiris y Jesús e Isis y María.
A través de uno de los vínculos de amor más fuertes que existe en el ser humano, como es el del Padre/Hijo o Madre/ Hija resulta todavía más evidente la relación inseparable que existe entre amor y muerte, pues es en el alumbramiento que una madre da vida y muerte por igual a su hija. El simbolismo de la resurrección de Cristo conecta con el del renacer posterior al descenso al inframundo, un segundo nacimiento por el cual las limitaciones de la materia a las que nos vemos sometidos con el primer alumbramiento, deben ser superadas, morir al amor humano para alcanzar la expresión del amor divino. El descenso a los infiernos es pues un viaje de tránsito que va de lo humano a lo divino y de lo divino a lo humano. La relación de este relato con los misterios de iniciación que tenían lugar en Eleusis queda especialmente simbolizada a través del rapto, el amor, la muerte y el sacrificio. Como se nos cuenta en la Introducción a la Ciencia Sagrada del Programa Agartha:
Morir era ser amado por un Dios y viceversa, amar era morir o ser muerto por un Dios. En realidad se trata de un sacrificio, de un acto sagrado, pues no hay nacimiento a la realidad del espíritu (Conocimiento) sin que esto suponga una muerte o superación de las limitaciones propias de lo humano. Como decía Lonardo da Vinci, el amor es tanto más elevado cuanto el conocimiento es más cierto. Donde quiera que esté el alma, es donde Dios opera su obra, y su obra no es otra cosa que Amor. (2)
El simbolismo del rapto del que nos habla Federico González Frías es también muy revelador a este respecto.
En términos de Conocimiento se utiliza esta figura para indicar la pasión, el furor de quien en un momento determinado siente la irrealidad e ilusión que le rodea y se dedica a pensar y a preguntarse con verdadera necesidad: ¿quién soy? ¿adónde voy y dónde estoy metido? ¿qué es todo esto?
Las preguntas del aprendiz al Conocimiento son múltiples, indefinidas y nos ayudan a ir descorriendo cortinas, desentrañar cosas, observar el poder de lo pequeño e ir conociendo temas que nos amplían el horizonte, que nos van despertando y aclarando nuestro camino mediante chispas, o iluminaciones en el viaje del alma.
Incluso la voz rapto es usada como sinónimo de enamoramiento o pasión amorosa, por lo que puede advertirse que estos ejemplos recuerdan estados de la conciencia donde se perciben cosas que no son ordinarias y alteran el ritmo, la dinámica, el tedio de nuestros días. Y eso se debe a la ruptura de nivel que prodigan estos símbolos acerca del más allá cualquiera que sea el grado o la condición que suponen estos acercamientos a una realidad otra inscrita dentro de la vida que llevamos, o mejor padecemos. (3)
O en esta reflexión de Emmanuel d’Hooghvorst en la que interpreta el viaje al Infierno.
El tema del descenso a los infiernos es célebre en la literatura clásica. Era el tema dominante en las iniciaciones de Eleusis. Pero no hay que malinterpretar el significado de esta katabasis. No sólo tiene un valor de enseñanza. En hebreo la palabra cheol, ‘infierno’, procede de una raíz que significa ‘pedir’. El cheol está representado por unas fauces siempre abiertas de una avidez insaciable y no devuelve lo que ha cogido. Cuando el viviente baja al cheol, es para quitarle algo muy preciado, es para liberar su secreto, el secreto del hombre. Dicho secreto no se encuentra en el cielo de los místicos, incluso cuando se unen aunque sea por un instante, según dicen, con el gran Todo. Este secreto se encuentra en el infierno con los condenados, es el de la Palabra perdida. El ignorante busca en sueños.(5)
Sabemos que en el cristianismo las fiestas de los dos San Juan (Evangelista y Bautista) están en relación directa con los dos solsticios, el de invierno vinculado a la puerta de los dioses, y el de verano a la puerta de los hombres. También a través de la tradición greco-romana el simbolismo del solsticio estaba vinculado a Jano, al cual vemos en muchas ocasiones representado con dos rostros (uno maduro y otro joven) que miran al pasado y al futuro desde el momento presente. Jano era el dios de la iniciación entre los latinos, presidía los Collegia Fabrorum que, como en todas las civilizaciones tradicionales, estaban vinculados al ejercicio de la artesanía. Resulta cuanto menos llamativa, esta semejanza con la doble diosa, pues también ella presidía los rituales de iniciación en Eleusis, si Jano abre las puertas solsticiales, Deméter/Perséfone abren las equinocciales. Ellas dan a Triptolemo el primer trigo, y con él, el conocimiento sobre el arte de la agricultura, una de las primeras artesanías que el ser humano recibe de los dioses. También resulta inevitable hacer notar el paralelismo que existe entre los dos ascensos de los infiernos (el de Jesucristo y el de Perséfone) en el equinoccio de primavera, pues ésta descendía al inframundo en el equinoccio de otoño para ‘resucitar’ en el de primavera, y no es casual que derivado de las procesiones y festejos en honor a Deméter y Dioniso (una divinidad que comparte con Deméter su correlato femenino de fecundidad) hayan llegado incluso a nuestros días las celebraciones del Carnaval, precisamente como antesala de las celebraciones de Semana Santa. La Pascua de Resurrección se celebra el domingo después de la primera luna llena que sigue al equinoccio de primavera. En este sentido es importante señalar que el primer cristianismo es un cristianismo griego. Las comunidades hebreas helenizadas fueron las que tomaron primero el cristianismo, y las influencias de los misterios griegos fueron probablemente la base de la comprensión mistérica que el cristianismo va a realizar y a superar.
Proclo nos cuenta que los iniciados miraban al cielo y decían: “¡Llueve!”, luego volvían la mirada a la tierra y decían: “¡Concibe!”. Hipólito añade dos noticias más, la de que los participantes a la iniciación se reunían en torno a un gran fuego y el hierofante exclamaba:
“La divina Brimo (Perséfone) ha engendrado un niño sagrado, Bromos”.
También el Padre hace oír su voz sobre Jesús y le dice: “Hoy te he engendrado”.
El santuario de Eleusis, consagrado a la diosa Deméter desde época prehelénica, fue un Centro o Escuela de Conocimiento en el cual todas las personas (a excepción de quien tuviera delitos de sangre) podían acceder a la iniciación en los misterios sobre el saber tradicional de orden intelectual y espiritual, acumulado por sabios de todas las épocas anteriores. En estos lugares, sabios, sacerdotes y hierofantes transmitían los conocimientos heredados de la Ciencia Sagrada, el santuario de Eleusis constituyó una de las bases sobre la que se asientan los grandes pilares del conocimiento de nuestra tradición cultural como son Pitágoras, Sócrates o Platón.
Como nos dice Mª Ángeles Díaz en ‘Deméter: Símbolos y Ritos’.
Desde esos centros de Enseñanza se expandía una influencia de orden intelectual y espiritual que actuaba de dínamo generador y punto de referencia axial para toda la sociedad, es decir que nutrían también la cultura popular, que en muchos casos fue la que conservó gran parte de estas enseñanzas, especialmente a través del arte y de la literatura, fundamentalmente el cuento y la leyenda, así como la música y el teatro. (2)
Los mitos eleusinos fueron de origen marino, las Nereidas (hijas de Nereo) son las primeras en revelar estos misterios. Tienen que ver con la vida y la muerte, con el submundo, el mar como un elemento de unificación, o puente entre la tierra y el submundo, por eso las Nereidas pueden ser las primeras que revelen estos secretos, las que están comunicadas con el mar. El ritual recuperaba el encuentro entre la madre y la hija, la diosa de la tierra y la diosa del submundo. Perséfone, que significa la doncella inefable, la que no se puede nombrar, era la que tenía el gran secreto. Karl Kerényi, en su libro Eleusis nos dice lo siguiente.
En Eleusis, la dimensión divina del misterio -escojo en principio esta forma general de expresión, indeterminada en cuanto a número y género— era conocida públicamente como «las dos deidades» en una forma dual que puede significar tanto «los dos dioses» como «las dos diosas». Personas de una devoción particular continuaron empleando esta designación indefinida mucho después del período clásico. Todo el mundo sabía que las dos divinidades eran diosas. El acento, desde un punto de vista público, estaba más en lo dual. En cuanto los iniciados entraban en la esfera de los aporreta, se encontraban realmente con más deidades. Y no se excluye teóricamente que en el arreton las dos se hicieran una. En Heródoto, el ateniense que explicaba el milagro al espartano antes de la batalla de Salamina no menciona ningún nombre, pero dice «la Madre y la Hija».
Hasta nosotros ha llegado la tradición de que fueron Homero, y supuestamente antes que él Panfo, el escritor de himnos, los primeros en escribir «Perséfone», el nombre de la hija, en un poema. Los poetas preferían eludir su nombre y hablaban siempre de ella como la Core, la «Doncella». Las diferentes maneras de escribir su nombre en los vasos áticos pueden revelar una situación fluida entre la expresión y la ocultación. El elemento de la pareja que se volvía hacia fuera era Deméter. El nombre la identifica como Madre y como De, en una forma más antigua Da, deidad femenina cuyo auxilio y ayuda se evocaba en fórmulas arcaicas por el uso de esta sílaba. En la escritura micénica la misma sílaba -ya relacionada con meter en la lengua- significaba tal vez una medida para los campos de cereal. (4)
También a través del simbolismo del ciclo anual del sol podemos observar las tendencias ascendentes relacionadas con la alegría y el amor, y las tendencias descendentes relacionadas con la tristeza y la ira, y que al igual que en el Cristianismo se simbolizan por el Viejo y el Nuevo Testamento y el pacto de la Nueva Alianza, en el mito de Deméter y Perséfone existe también un pacto, por el cual la diosa llega a un acuerdo con Zeus con el que aplacar su ira y recuperar, ella a su hija divina y a la alegría, y los mortales e inmortales las cosechas y frutos del campo sin los cuales no habría vida.
Tanto los ritos secretos como los populares estaban igualmente asociados a los ciclos agrarios, que por ser duraciones universales han sido celebrados desde siempre por todos los pueblos antiguos. Las “Tesmoforias” se inauguraban en Atenas todos los años en otoño, después de la siembra, con una romería en la que las participantes actuaban en calidad de legisladoras de la ley de Deméter, lo cual está en relación con el propio epíteto de la diosa que justamente es Tesmophoros, o sea “Legisladora”.
Estas ceremonias tenían sus antecedentes en ciertos ritos egipcios de oscuridad, sequía y de esterilidad de la tierra. En ellas los sacerdotes también celebraban ritos lúgubres para representar el luto de Isis, la diosa viuda de Osiris. En dicho acto sagrado se cubría la cabeza de una vaca con un paño negro, pues sus cuernos son como la tierra: una copa baldía de no recibir del cielo la luz y el agua para germinar. Luego, en primavera, se celebraba el retorno de la diosa Perséfone del mundo de los muertos. Estos ritos ceremoniales eran conocidos en la época como pequeñas Eleusinas, mientras que otros ritos llamados grandes Eleusinas que parece ser tenían lugar cada cinco años en Septiembre, eran los que acogían los ritos de iniciación. (2)
Las características y emociones que atraviesan ambas diosas parecen, en ocasiones, intercambiables, Perséfone desciende al mundo de los muertos pero es, sin embargo, Deméter la que deambula muerta en vida por la tierra de los mortales (mater dolorosa). La hija desciende a las profundidades del inconsciente en un viaje que pasa por matar (de dolor) a la madre, un proceso en el que intervienen fuerzas ascendentes y descendentes que conectan lo inmortal y lo mortal, la alegría y la tristeza, la esperanza y la ira, la fructificación y la destrucción, la expresión y la ocultación. Y es que el simbolismo del mito entrelaza todos los niveles de la realidad, que van desde lo material/terrenal propio de los ciclos de la naturaleza y los trabajos de cultivo o artesanía hasta los procesos psicológicos que conectan con el alma humana en su camino hacia lo más elevado del espíritu. No debemos olvidar que el mito trata siempre sobre divinidades o semi-divinidades, es por tanto un camino hacia lo más elevado (divino) de nuestra alma.
Existe un concepto universal ampliamente expresado y difundido que es el de “matar al padre” y que vemos a lo largo de la mitología en el paso de una generación a otra, es además un proceso necesario en la psique del individuo a partir del cual iniciar el descubrimiento de lo esencial del ser en cada uno. En el caso del desarrollo femenino simbolizado por la Madre/Hija parece ponerse en juego un proceso psicológico más complejo y profundo en el que el camino de ascenso del ser debe transitar por el dolor y el sufrimiento de una madre y no sucumbir ante él, como bien lo expresa Rilke en sus elegías, ¿Estos, los más antiguos dolores, no deberán, por fin, darnos fruto?
Perséfone simboliza lo femenino, la vulnerabilidad, la debilidad, lo que permanece oculto en lo más profundo de nuestra psique, lo inconsciente es inconsciente por lo intolerable que resulta para la consciencia, pues es un foco de angustia, tal como nos revela la angustia de Deméter buscando desesperada a su hija tras ser raptada por el inframundo de la consciencia. Se trata de una angustia que emerge ante lo que es susceptible de quedar expuesto, a la vista de todos. La vulnerabilidad que simboliza Perséfone está en conexión directa con la falla en todo lo que el aparato consciente enaltece como ideal: lo masculino, presente tanto en hombres como en mujeres, independiente del género y de las elecciones sexuales de cada uno. La lógica fálica marca un sistema de valores en el que se establece que ganar es mejor que perder, tener mejor que no tener, dominar mejor que ser dominado, pero sin embargo el mito nos interpela constantemente en contra de esta lógica, pues nos cuenta historias terribles, imposibles, ilógicas, que van en contra de toda coherencia, pues ante la lógica fálica, el mito nos recuerda otra dimensión psíquica necesaria sin la cual lo masculino se vuelve inerte, una dimensión relacionada con el entregarse, el rendirse, el abrirse a desentrañar otras realidades, el dejarse inspirar y penetrar por nuevos significados y nuevos enigmas. El rapto es el símbolo por excelencia de esto, es el reconocerse perdido para iniciar una búsqueda, es dejarse arrebatar, dejarse secuestrar por algo que rompe nuestro mundo conocido y permite que aparezca la falla en el mundo controlado. Es también un símbolo del amor, del poeta, del artista, el dejarse desestabilizar, y correr el riesgo de la vulnerabilidad o la angustia.
El inconsciente fluye por sí mismo e insiste más allá de la voluntad del yo, por ello Perséfone es raptada y arrastrada al inframundo contraria a su voluntad. El yo debe dejar de oponer resistencia a lo que emerge del inconsciente, pues ahí se encuentra lo más esencial del sujeto. De modo que, como bien nos recuerda Plutarco, cuanto menos ser menos unidad, y cuanto más ser más unidad. Es una capa de tinieblas la que aprisiona la verdadera naturaleza del hombre.
Otro de los elementos del mito que nos invita a detenernos (su riqueza es inagotable) es la primera de las opciones mediadoras entre Deméter (Tierra) y Zeus (Cielo): la diosa Iris, mensajera alada de Zeus, que abre las nubes y las ilumina con un puente o arco de luz entre el Cielo y la Tierra. No es casual tampoco que sea a través del arcoíris como Dios acepta la ofrenda de Noé con la que sella el pacto con la humanidad.
“Esta es la señal de la alianza que establezco por generaciones entre vosotros y Yo”.
El arcoíris emerge sobre las aguas superiores (nubes) completando el semicírculo iniciado en las aguas inferiores a través del templo simbolizado por el arca. También es curioso notar que en gallego al arcoíris se le denomina “arco da vella” (arco de la vieja) lo cual nos conduce directamente a la figura que en el “entroido” gallego aparece a lo largo de los siglos caracterizada como una vieja vestida de negro y con la cabeza cubierta por un paño y un bebé entre sus brazos. El trabajo de la investigadora Lidia Mariño habla del paralelismo y la posible relación entre esta figura del carnaval y la diosa atávica Deméter. El “entroido” gallego es una de las tradiciones más antiguas, cuyos orígenes se remontan a un pasado ancestral prehistórico, en ella los participantes se visten de determinadas formas para representar a los protagonistas de algunos de los hechos más importantes de la religión, así “La Vieja”, diosa primitiva, hace acto de presencia en el rito del Carnaval. En Viana do Bolo (Ourense), una de las figuras de su Entroido era “La Vieja”, vestida con ropas negras de pies a cabeza, con la pañoleta cubriendo parte de su rostro y llevando un cesto lleno de ceniza. En Berres (Pontevedra) salía la “Vella do miniño (Vieja del bebé)”, siendo este una especie de ángel conocido como “Xaniño do antroido”. La Vieja como madre, y en su faceta de hilandera aparece también en Navia de Suarna.
En esta procesión ritual y popular se sucedían algunos de los episodios descritos por Homero en el relato mítico, tales como el cruce de un puente, en recuerdo de Iris mediadora. Asimismo, también formaba parte de la fiesta ritual el lanzarse puyas unos contra otros utilizando un lenguaje obsceno y jocoso, todo lo cual tiene relación con activar el deseo carnal tan ligado, para todas las tradiciones culturales, a los procesos agrarios y de fertilización. De este modo, mediante un lenguaje licencioso conseguían un estímulo de la energía sexual y de la risa espontánea y por añadidura también obtenían un antídoto contra la tristeza, tal cual sucediera a la diosa con las palabras pícaras de la ninfa Yambe en el palacio de los reyes de Eleusis. Las estatuillas de la diosa Boubó en el templo de Deméter responden precisamente a la idea de sacralizar esta energía, que suele darse entre las mujeres cuando entre ellas hablan de sexo de modo libidinoso y hasta soez.
Se sabe que durante algún momento del recorrido varios de los participantes, protegidos con máscaras, gritaban con descaro e insultaban a los ciudadanos más principales. Esta extraña actuación guarda una estrecha relación simbólica con los carnavales y otras fiestas análogas de la tradición cristiana, todas ellas destinadas a cambiar los papeles de cada cual cometiéndose ciertas transgresiones, con el propósito de satisfacer un deseo de agresión y anarquía que de este modo queda liberado y delimitado al acto festivo. (2)
Tras el intento infructuoso de Iris de convencer a Deméter para regresar a la morada olímpica y reponer el verdor sobre la tierra, Zeus considera la posibilidad de hacer regresar a Perséfone del inframundo. Decide mandar a Hermes, mensajero de dioses y semidioses, psicopompo, es él quien logra persuadir a Hades para que finalmente libere a la joven. Pero antes de dejarla partir, le da a comer unos granos de granada asegurándose así el regreso de la esposa a su lado al mundo de los muertos, durante un periodo anual. Tras el pacto, Perséfone pasará en el Hades una parte del año, y la otra en compañía de su madre.
En el cristianismo, el culto a Deméter derivó en la figura del santo Demetrio, cuyo significado de origen griego es: perteneciente a Deméter.
Referencias
(1) Himnos homéricos. La “Batracomiomaquia”. Traducción, introducción y notas de Alberto Bernabé Pajares. Ed. Gredos. Madrid, 1978.
(2) DEMÉTER SÍMBOLOS Y RITOS DE LA DIOSA MADRE. Mª Ángeles Díaz
(3) DICCIONARIO DE SIMBOLOS Y TEMAS MISTERIOSOS. Federico González Frías
(4) Eleusis. Karl Kerényi. Ediciones Siruela.
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