En las cartas de San Pablo encontramos los motivos por los cuales es importante diferenciar entre principios ideológicos y principios espirituales, las diferencias entre unos y otros nos ayudan a discernir, especialmente, en esta modernidad plagada de relatos ideologizantes, y detectar mejor aquello que, más sutilmente, nos hace perpetuar el esclavismo.
Pablo fue un hombre perseguido por predicar el mensaje de Cristo y encarcelado en numerosas ocasiones. Aunque algunos lo critiquen por no realizar ninguna condena formal de la esclavitud ni fundar ningún movimiento que militara en favor de su abolición, Pablo sin embargo fue mucho más allá, al afirmar que por la fe en Cristo, todos eran hijos de Dios, sin distinción entre judío ni griego, entre esclavo ni libre, entre varón ni mujer, “porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús y… herederos de Abraham conforme a la promesa” (Gál 3:28-29).
Pablo defiende la dignidad e igualdad más radicales, que es la de todos ante Dios, algo que aún hoy es tremendamente revolucionario.
“Porque en un solo Espíritu hemos sido todos bautizados, para no formar más que un cuerpo, judíos y griegos, esclavos y libres. Y todos hemos bebido de un solo Espíritu” (1Co. 12, 13).
No hace de la abolición de la esclavitud su causa, no se plantea el cambio de las estructuras externas, sino que plantea la renovación de las estructuras internas, de donde procede la verdadera libertad. Sus palabras cobran realidad en la vida, no en la utopía, él mismo invita a Filemón a dar la libertad a su esclavo, Onésimo, con quien compartió amistad en la prisión y también se convirtió (y por cierto, a quien debemos la conservación de las cartas de Pablo).
“Pues tal vez fue alejado de ti por algún tiempo, precisamente para que lo recuperaras para siempre, y no como esclavo, sino como algo mejor que un esclavo, como un hermano querido, que, siéndolo mucho para mí, ¡cuánto más lo será para ti, no sólo como amo, sino también en el Señor! Por tanto, si me tienes como algo unido a ti, acógele como a mí mismo” (Flm. 1, 15-17).
Pablo invita a los esclavos a trascender su esclavitud terrenal, para servir al verdadero amo, que rige el corazón de todas las personas por igual.
“Todo cuanto hagáis, hacedlo de corazón, como para el Señor y no para los hombres, conscientes de que el Señor os dará la herencia en recompensa. El Amo a quien servís es Cristo.” (Col. 3, 23-24).
La causa de la abolición de la esclavitud no era la causa de Pablo, como tampoco lo eran las causas nacionalistas, que también las había (como hoy). Igualmente, si él hubiera decidido luchar en ese frente y sufrir la persecución por acabar con la esclavitud, ¿se podría decir que lo habría hecho por causa de la justicia? Seguramente no.
Pablo convierte la esclavitud en amor, invitando a que los cristianos sean esclavos los unos de los otros, de manera que el amor absoluto e incondicional sea plenamente recíproco. El servicio mutuo implica que ambos estén exactamente al mismo nivel. La plenitud del amor cristiano es el amor mutuo, por cierto, nada que ver con el amor al enemigo. Pero pongamos en relación las palabras de Pablo con el momento actual, pues en esencia, no dejan de ser escenarios similares, y pareciera, sin embargo que hablan de cosas que no nos atañen.
Descubrir en la figura de Cristo la presencia de una divinidad mayor implica que jamás podremos reducir un misterio a algo público. La comprensión de la inmanencia como parte de la trascendencia es lo que se ha denominado cosmovisión y que se contrapone a la ideología, el motivo por el cual se hayan confundido y entremezclado con la política ha sido precisamente la escisión entre esoterismo y exoterismo, entre trascendencia e inmanencia. Esta escisión se ve reflejada a su vez en la escisión entre cuerpo y espíritu, propios de la modernidad. Como nos recuerda David Le Breton, en las sociedades tradicionales el cuerpo no se distinguía de la persona, las materias primas que componían el espesor del hombre eran las mismas que le daban consistencia al cosmos, el ser humano era un reflejo del universo y el universo un reflejo del ser humano. En su obra “El adiós al cuerpo” (Editions Métailié), David Le Breton, profesor de sociología y antropología en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Estrasburgo, describe los excesos y derivas de lo que denomina “el extremo contemporáneo”, que evoluciona entre la voluntad de control absoluto y el narcicismo.
Uno de los canales de expresión del inconsciente, al igual que los lapsus, los olvidos o los sueños, es el cuerpo. Quizás por este motivo y debido a lo poco atractivo y a la pereza que da indagar en el inconsciente, vivimos en la actualidad una tendencia a magnificar y sobredimensionar los beneficios del cuerpo, y especialmente los beneficios del cuerpo sobre la mente. Desde los tentáculos neocapitalistas del culto al cuidado del cuerpo y el culto a la juventud (comidas saludables, dietas equilibradas, veganismo, intolerancias alimenticias…) a las tendencias más pseudo-psicoterapéuticas (terapia Gestalt, yoga, movimiento auténtico, etc…) que disfrazan la salud mental de extrañas sinergias corporales. Si hubo una época en la que los curas dominaban el negocio y el cuerpo se convirtió en foco de perversidades, malignidad y corrupción, hoy son los médicos, la publicidad y los medios de comunicación (al servicio de lo que dicta el poder) los que cumplen esta función, y el cuerpo el principal templo al que acudir para camuflar la verdad. La injerencia estatal en la salud de la población permite la entronización de la medicina y la ciencia como autoridad social. Tanto para rechazarlo como para idolatrarlo, el cuerpo sigue siendo la vía para ejercer el control y esclavizar a las personas. Michel Foucalut profundiza abundantemente en este tema y sobre ello, recogemos algunas ideas sacadas de este interesante artículo que invitamos a leer completo:
En esta línea, el propósito del presente artículo es exponer cómo los dispositivos de poder se articulan directamente en el cuerpo, en situaciones, procesos fisiológicos, gustos, emociones, etc. La coexistencia de fenómenos aparentemente tan separados como la estética, la medicina, la publicidad, el cine, por nombrar algunos, y su influencia en las normas culturales que promueven el consumismo y la búsqueda del atractivo físico, nos han apremiado a interrogarnos, al menos en teoría, el carácter natural de la vida sana, bella, o saludable, y nos ha requerido indagar en los elementos tocantes a la racionalidad, sensatez y especulación de las relaciones de poder-saber que se han venido construyendo en la actualidad. … “Como se presenta en Vigilar y castigar: “Ha habido, en el curso de la edad clásica, todo un descubrimiento del cuerpo como objeto y blanco de poder. Podrían encontrarse fácilmente signos de esta gran atención dedicada entonces al cuerpo, al cuerpo que se manipula, al que se da forma, que se educa, que obedece, que responde, que se vuelve hábil o cuyas fuerzas se multiplican.” (Foucault 1998c: 140). … Así, el cuerpo ha estado directamente inmerso en una estrategia de poder, en un campo político; “las relaciones de poder operan sobre él una presa inmediata; lo cercan, lo marcan, lo doman, lo someten a suplicio, lo fuerzan a unos trabajos, lo obligan a unas ceremonias, exigen de él unos signos” (Ibid: 32). Esto se va haciendo factible, en gran medida, por el proceso de disciplinamiento, vigilancia y normalización al que nos vemos sometidos desde que nacemos en una determinada sociedad y que poco a poco nos va constituyendo como sujetos.
Resulta sorprendente que tanta gente que se ve a sí misma como “socialista” considere que el estado debe imponer normas restrictivas a la libertad con la excusa de la seguridad, dando por hecho que solo la irresponsabilidad de la población se corrige con un sistema punitivo de control. No parece un socialismo muy auténtico si no existe la capacidad para confiar en el vecino.
Un ejemplo de la gran coreografía impuesta a los cuerpos durante la pandemia que recientemente hemos sufrido, está en el Evento 201, un gran simulacro-ensayo llevado a cabo en el 2019 en un escenario con todos los actores implicados y que después efectivamente fue representado en la realidad: periodistas, científicos, políticos, gobernantes, comentaristas de televisión, todos los actores encargados de llevar a escena el gran guión que un año después comenzaría a representarse en nuestras pantallas. El Evento muestra muy claramente, y sin dejar lugar a duda razonable, que un guión de lo que iba a suceder pocos meses después estaba escrito de antemano, y con una precisión y detalle que como mínimo sorprenden.
Está todo disponible en su página web donde se pueden ver los vídeos al completo, ninguna conspiración. Los guiños y las bromas son constantes, la pueril superioridad moral, la frivolidad y banalidad del ejercicio y su discurso son llamativos, en contraste con las enormes implicaciones del contenido. Su misión, probablemente, sería que la “verdad” se cumpliese en 2020 sin margen de error. Las Puertas al futuro habían de abrirse como lo contaba la profecía, y la GNN (Global News Network) debía certificarlo como en nuestros días lo certificó todo la televisión.
Giorgio Agamben, en su definición de lo contemporáneo, plantea que es una relación particular con el propio tiempo y nos dice que contemporáneo es aquel que mantiene su mirada fija en su tiempo para percibir, no sus luces, sino sus sombras. Todos los tiempos son, para quien experimenta su contemporaneidad, oscuros. Contemporáneo es quien sabe ver esa sombra.
Y para ejemplificar las diferencias que hemos visto en San Pablo entre los principios ideológicos y los espirituales, traemos un texto de Jonathan Martineau que nos ilustra las diferencias entre opinión y pensamiento corporal.
“No sé si os ha pasado. Creo que nos pasa a todos, eso o cosas similares. Vas caminando en una estación de metro o en un centro comercial y te diriges hacia una escalera automática que no funciona. Está ahí, detenida, quieta. Funciona como unas escaleras normales. Deberás subirla a pulso. Ya lo sabes. Lo ves, lo comprendes, lo asimilas, te resignas y te lanzas hacia ella. A pesar de toda tu preparación mental y física, al pisar la escalera, sientes un vértigo, una sensación extraña de desengaño. ¿Porqué aparece esta sensación si ya lo sabías que no se iba a mover la escalera?
Esta situación ilustra la diferencia entre opinión, saber superficial, y pensamiento profundo, subconsciente. Nuestro cuerpo, experiencia pasada y imaginación encarnadas, nos susurra que la escalera subirá. Nuestros ojos nos aseguran que no andará. A la hora de moverse, por mucho que repitamos la palabra presente, presente, presente como un mantra posmoderno, habrá que admitir que el pasado tiene más peso que el presente. Para cambiar tu imagen construida a lo largo de años de experiencias de que la escalera automática sube sola, necesitarías mucho más tiempo de manera a realmente llegar al lugar donde piensas, donde creas el espacio donde tu cuerpo, como parte integrante del mundo, navega en su océano. Estamos constantemente representándonos un espacio, un mapa imaginario, para poder orientar nuestros desplazamientos. Esta pequeña historia, ilustrando la diferencia entre opinión y pensamiento corporal, también nos da pistas sobre porque alguna gente que dicen que hombres y mujeres son iguales siguen siendo auténticos machistas (siendo hombre o mujer, el machismo tiene este aspecto igualitario…), o porque hay gente de izquierda antiracista que llegan a los 40 años sin nunca haber tocado a una persona negra, etc. A veces adoptamos ideas porque gustan, porque están de moda, porque somos perezosos. Estas opiniones son irrelevantes a la hora de moverse en el espacio, a la hora de pensar.”
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