Llama la atención que la interpretación más extendida acerca del mito de Abraham e Isaac (fundamento del monoteísmo) hayan convertido al profeta en una persona sumisa, pues efectivamente, el mito parece sostenerse sobre la ambigüedad de, por un lado, la decisión de matar a su hijo Isaac, y por otro lado la decisión de no hacerlo. Parece que la consideración de la fe de Abraham se sostuviera sobre la decisión de hacer una cosa y al mismo tiempo la contraria. La fe que no mata, y la fe que muestra su fuerza al mostrar su disposición de matar. Por lógica, lo que resulta de esta ambigüedad es que Abraham, y por tanto el modelo de fiel relacionándose con la divinidad, deban ser personas sumisas.
Los mitos crean la conciencia social y el espacio dentro del cual se establecen las relaciones sociales, en especial las relaciones de dominación. El mito fundante crea una continuidad que es muy difícil romper y que, a través de muchas rupturas aparentes, vuelve a imponerse con formas nuevas. Todos los mitos fundantes crean un sentido de pertenencia a la raza y permiten, además, entender los propios orígenes. Consideramos, por tanto, el mito de Abraham e Isaac un mito fundante no solo porque con él surge el monoteísmo tal como hoy lo conocemos y sobre el que se asienta toda la cultura occidental, sino también porque además continúa con la tradición de los mitos fundantes anteriores, pues para poder fundar algo no es posible hacerlo desde la nada, no hay posibilidad de creación mediante la innovación.
Leamos primero el pasaje bíblico para ponernos en contexto.
22 Aconteció después de estas cosas, que probó Dios a Abraham, y le dijo: Abraham. Y él respondió: Heme aquí. 2 Y dijo: Toma ahora tu hijo, tu único, Isaac, a quien amas, y vete a tierra de Moriah, y ofrécelo allí en holocausto sobre uno de los montes que yo te diré. 3 Y Abraham se levantó muy de mañana, y enalbardó su asno, y tomó consigo dos siervos suyos, y a Isaac su hijo; y cortó leña para el holocausto, y se levantó, y fue al lugar que Dios le dijo. 4 Al tercer día alzó Abraham sus ojos, y vio el lugar de lejos. 5 Entonces dijo Abraham a sus siervos: Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos, y volveremos a vosotros. 6 Y tomó Abraham la leña del holocausto, y la puso sobre Isaac su hijo, y él tomó en su mano el fuego y el cuchillo; y fueron ambos juntos. 7 Entonces habló Isaac a Abraham su padre, y dijo: Padre mío. Y él respondió: Heme aquí, mi hijo. Y él dijo: He aquí el fuego y la leña; mas ¿dónde está el cordero para el holocausto? 8 Y respondió Abraham: Dios se proveerá de cordero para el holocausto, hijo mío. E iban juntos.
9 Y cuando llegaron al lugar que Dios le había dicho, edificó allí Abraham un altar, y compuso la leña, y ató a Isaac su hijo, y lo puso en el altar sobre la leña. 10 Y extendió Abraham su mano y tomó el cuchillo para degollar a su hijo. 11 Entonces el ángel de Jehová le dio voces desde el cielo, y dijo: Abraham, Abraham. Y él respondió: Heme aquí. 12 Y dijo: No extiendas tu mano sobre el muchacho, ni le hagas nada; porque ya conozco que temes a Dios, por cuanto no me rehusaste tu hijo, tu único. 13 Entonces alzó Abraham sus ojos y miró, y he aquí a sus espaldas un carnero trabado en un zarzal por sus cuernos; y fue Abraham y tomó el carnero, y lo ofreció en holocausto en lugar de su hijo. 14 Y llamó Abraham el nombre de aquel lugar, Jehová proveerá.[a] Por tanto se dice hoy: En el monte de Jehová será provisto.
15 Y llamó el ángel de Jehová a Abraham por segunda vez desde el cielo, 16 y dijo: Por mí mismo he jurado, dice Jehová, que por cuanto has hecho esto, y no me has rehusado tu hijo, tu único hijo; 17 de cierto te bendeciré, y multiplicaré tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena que está a la orilla del mar; y tu descendencia poseerá las puertas de sus enemigos. 18 En tu simiente serán benditas todas las naciones de la tierra, por cuanto obedeciste a mi voz. 19 Y volvió Abraham a sus siervos, y se levantaron y se fueron juntos a Beerseba; y habitó Abraham en Beerseba.
Abraham es bendecido por Dios porque no mató a Isaac, es decir, porque no cumplió con lo que era la ley de Dios en su tiempo, es decir, sacrificar al primogénito. Aunque para nuestros ojos este hecho parezca algo muy sencillo y trivial, ir en contra de la ley vigente es un acto de transgresión muy difícil, fruto de una verdadera y profunda lucha interna. También a nuestros ojos resultaría muy sencillo negarse al exterminio de los judíos llevado a cabo precisamente al amparo de una ley que así lo dictaba. Abraham no es sumiso, Abraham es un valiente, como lo sería cualquier héroe mitológico. Evidentemente el texto bíblico no resalta el hecho de haber ido en contra de la ley de su tiempo, aunque no nos cabe la menor duda de que, al igual que el resto de profetas, Abraham supo identificar bien la diferencia entre la ley de Dios dictada por la época y circunstancias históricas específicas y la ley de Dios dictada por su corazón, en tanto que órgano intelectual, no sentimental.
Abraham obedece a la máxima divina por excelencia, que es la libertad y por tanto la afirmación de la vida. Se somete a la libertad, lo cual lo convierte en soberano frente a la ley, su obediencia le hace libre y a consecuencia de ello tendrá que cambiar su residencia (probablemente a causa de la persecución). Es importante destacar el concepto de “sumisión a la libertad”, puesto que la negación de someterse a la ley no es fruto de una arbitrariedad, Abraham no hace lo que le da la gana (falsa idea ésta de libertad bastante extendida en la actualidad, como falsos son también los ídolos de quienes justifican el asesinato o la violencia con la voluntad divina).
Pero comparemos ahora la actitud de un profeta con la actitud de toda una casta sacerdotal. Quizás los tiempos no hayan cambiado tanto como nos lo parezca y las inversiones de la interpretación de la voluntad divina sigan dándose exactamente igual.
26 se puso Moisés a la puerta del campamento, y dijo: ¿Quién está por Jehová? Júntese conmigo. Y se juntaron con él todos los hijos de Leví. 27 Y él les dijo: Así ha dicho Jehová, el Dios de Israel: Poned cada uno su espada sobre su muslo; pasad y volved de puerta a puerta por el campamento, y matad cada uno a su hermano, y a su amigo, y a su pariente. 28 Y los hijos de Leví lo hicieron conforme al dicho de Moisés; y cayeron del pueblo en aquel día como tres mil hombres. 29 Entonces Moisés dijo: Hoy os habéis consagrado a Jehová, pues cada uno se ha consagrado en su hijo y en su hermano, para que él dé bendición hoy sobre vosotros.
Aquí vemos la diferencia entre lo que hace la clase sacerdotal, es decir, la clase social que efectivamente asume el dominio político de la sociedad constituida por la ley, y lo que hace un profeta, es decir, aquel que se somete a la libertad.
El padre que mata a su hijo es el padre que no quiere renunciar al poder y el hijo que mata a su padre es el hijo queriéndose hacer con el poder, no importa la realidad de los hechos, en términos míticos esta historia de asesinatos entre padres e hijos describe exactamente lo que es el poder en todos los tiempos.
Según nos dice Franz Hinkelammert:
La relectura asegura la ambigüedad del texto. Se lo puede leer en sentido sacerdotal y del poder, o en sentido auténtico y de liberación. Eso da origen en Israel a una dialéctica, que nunca ha desaparecido de su historia hasta hoy. En el tiempo que describe la Biblia, se presenta como la dialéctica del sacerdote opuesto al profeta, de templo y opresión, por un lado, de justicia y liberación, por el otro (1). Se trata efectivamente de una dialéctica, no de una razón unilateral. La fe de Abraham, con su libertad que rechaza matar a su hijo en cumplimiento de la ley, presenta ya una esperanza más allá de cualquier factibilidad humana. No puede ser institucionalizada. Por eso aparece el poder sacerdotal que la invierte para poder legitimarse. El problema del poder sigue hoy siendo este mismo. Para institucionalizar esta esperanza de libertad, hay que invertirla y volver a reinvertirla. El sacerdote no es necesariamente el lado malo. El poder hay que ejercerlo, y su legitimización en todo el mundo y en todos los tiempos es la disposición de matar incluso al propio hijo. Pero también hay que asegurar la libertad, que es no matar al hijo, frente a este poder. Abraham es el primer predicador de la anarquía como orden sin leyes. Y nunca más ha desaparecido esta gran esperanza de la vida humana y nunca desaparecerá. Es el verdadero móvil de la libertad.
La tradición del mito fundante griego sostenía únicamente la legitimación del poder y nada más, sin embargo el mito de Abraham sirve a la legitimación del poder tanto como a la protesta, se puede leer desde el punto de vista de la clase que sustenta el poder y desde el punto de vista de la liberación, sirve para ser invertido y reinvertido. Podríamos incluso añadir que en esta dialéctica o ambigüedad podemos entrever el aspecto exotérico y esotérico del símbolo. Es por ello que la religión se haya ocupado mayoritariamente a lo largo de la historia de los aspectos exotéricos, y por tanto de las preocupaciones que en este mito encarna la clase sacerdotal. Cabe destacar, por tanto, que en esta solución judía al problema del poder que otros mitos fundantes habían expuesto con anterioridad en la tradición griega, se introduzca por primera vez el aspecto esotérico unido al exotérico, de manera que al alejar a Dios del mundo, nos acerquemos más a la unidad. No es casual que sea justamente la tradición judaica la que haya tratado de “alejar” a Dios, al decirnos que la voluntad de Dios es incognoscible, por tanto nada de lo que quiere Dios se puede conocer, ni tan siquiera su nombre.
Pero también Jesús expulsó a los mercaderes del templo enfrentándose a la clase sacerdotal de su tiempo. El no-sacrificio de Isaac es un anticipo del verdadero sacrificio de Cristo, creemos que efectivamente ambos son lo mismo, tanto el no sacrificio como el sacrificio, puesto que entre Dios Padre, Dios Hijo y Dios Espíritu no hay lucha de poder, los tres trabajan con el mismo propósito, por tanto los tres son Uno. Jesús se identifica con Isaac, hijo de Abraham, se enfrenta a sus perseguidores, que como descendientes de Abraham dicen ser hijos de Abraham. Jesús responde, que quien es hijo de Abraham, se tiene que comportar como éste. Sin embargo, ellos quieren matar, pero Abraham no mató. Los hijos de Abraham no actúan como Abraham. El evangelio de Juan nos lo cuenta.
La verdad os hará libres
31 Dijo entonces Jesús a los judíos que habían creído en él: Si vosotros permaneciereis en mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; 32 y conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres. 33 Le respondieron: Linaje de Abraham somos, y jamás hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: Seréis libres?
34 Jesús les respondió: De cierto, de cierto os digo, que todo aquel que hace pecado, esclavo es del pecado. 35 Y el esclavo no queda en la casa para siempre; el hijo sí queda para siempre. 36 Así que, si el Hijo os libertare, seréis verdaderamente libres. 37 Sé que sois descendientes de Abraham; pero procuráis matarme, porque mi palabra no halla cabida en vosotros. 38 Yo hablo lo que he visto cerca del Padre; y vosotros hacéis lo que habéis oído cerca de vuestro padre.
Sois de vuestro padre el diablo
39 Respondieron y le dijeron: Nuestro padre es Abraham. Jesús les dijo: Si fueseis hijos de Abraham, las obras de Abraham haríais. 40 Pero ahora procuráis matarme a mí, hombre que os he hablado la verdad, la cual he oído de Dios; no hizo esto Abraham. 41 Vosotros hacéis las obras de vuestro padre. Entonces le dijeron: Nosotros no somos nacidos de fornicación; un padre tenemos, que es Dios. 42 Jesús entonces les dijo: Si vuestro padre fuese Dios, ciertamente me amaríais; porque yo de Dios he salido, y he venido; pues no he venido de mí mismo, sino que él me envió. 43 ¿Por qué no entendéis mi lenguaje? Porque no podéis escuchar mi palabra. 44 Vosotros sois de vuestro padre el diablo, y los deseos de vuestro padre queréis hacer. Él ha sido homicida desde el principio, y no ha permanecido en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando habla mentira, de suyo habla; porque es mentiroso, y padre de mentira. 45 Y a mí, porque digo la verdad, no me creéis. 46 ¿Quién de vosotros me redarguye de pecado? Pues si digo la verdad, ¿por qué vosotros no me creéis? 47 El que es de Dios, las palabras de Dios oye; por esto no las oís vosotros, porque no sois de Dios.
La preexistencia de Cristo
48 Respondieron entonces los judíos, y le dijeron: ¿No decimos bien nosotros, que tú eres samaritano, y que tienes demonio? 49 Respondió Jesús: Yo no tengo demonio, antes honro a mi Padre; y vosotros me deshonráis. 50 Pero yo no busco mi gloria; hay quien la busca, y juzga. 51 De cierto, de cierto os digo, que el que guarda mi palabra, nunca verá muerte. 52 Entonces los judíos le dijeron: Ahora conocemos que tienes demonio. Abraham murió, y los profetas; y tú dices: El que guarda mi palabra, nunca sufrirá muerte. 53 ¿Eres tú acaso mayor que nuestro padre Abraham, el cual murió? ¡Y los profetas murieron! ¿Quién te haces a ti mismo? 54 Respondió Jesús: Si yo me glorifico a mí mismo, mi gloria nada es; mi Padre es el que me glorifica, el que vosotros decís que es vuestro Dios. 55 Pero vosotros no le conocéis; mas yo le conozco, y si dijere que no le conozco, sería mentiroso como vosotros; pero le conozco, y guardo su palabra. 56 Abraham vuestro padre se gozó de que había de ver mi día; y lo vio, y se gozó. 57 Entonces le dijeron los judíos: Aún no tienes cincuenta años, ¿y has visto a Abraham? 58 Jesús les dijo: De cierto, de cierto os digo: Antes que Abraham fuese, yo soy. 59 Tomaron entonces piedras para arrojárselas; pero Jesús se escondió y salió del templo; y atravesando por en medio de ellos, se fue.
El problema de la necesidad de la ley al mismo tiempo que la necesidad de su liberación, lo expresa muy bien San Pablo cuando dice:
En un tiempo, yo vivía sin ley; pero cuando llegó el mandamiento le dio de nuevo vida al pecado, y a mí, en cambio, me produjo la muerte; y se vio que el mandamiento, dado por la vida, me había traído la muerte. El pecado aprovechó la ocasión del mandamiento para engañarme y con el mismo mandamiento me dio muerte (Rom. 7,9-11.)
También al resptecto de la diferencia entre pecado estructural y “pecados” como sinónimo de transgresiones nos habla Franz Hinkelammert:
Pero este pecado tiene una gran diferencia con los pecados. Los pecados son transgresiones, y quien las comete, tiene conciencia del hecho de que está transgrediendo una norma ética. El pecado es distinto. La ética lo confirma, pide que se lo cometa. Tiene que hacerlo, porque cualquier ética pide cumplimiento y orienta la conciencia del pecado hacia las transgresiones. Para la ética normativa solamente existen pecados, el pecado como pecado estructural no existe. Como se ubica en el interior de la ética y de su cumplimiento, ésta no puede denunciarlo. Exclusivamente puede denunciar transgresiones. Por eso, el pecado consistente en la identificación con el pecado estructural, se comete necesariamente sin conciencia del pecado. Su propio carácter lleva a la eliminación de la conciencia del pecado. Este pecado se comete con buena conciencia; es decir, con la conciencia de cumplir con las exigencias éticas. ¿Y el que cumple, hasta con sacrificios personales, puede ser pecador? La tesis del pecado estructural tiene que declarar posible esto. Pero entonces, hay pecado sin conciencia de culpa, sin conciencia de pecado. El pecado no puede ser personal, porque el pecado personal presupone conciencia de culpa. Sin duda, a este mismo pecado se refiere Jesús cuando perdona a sus asesinos porque no saben lo que hacen. Lo que cometen es el pecado que consiste en la identificación con el pecado estructural que mata a través de la ley. Matan a Jesús cumpliendo la ley, no transgrediéndola. Matan sin conciencia del pecado. Es la ley que apaga la conciencia de aquel pecado, que mata precisamente a través del cumplimiento de la ley. La esencia de la ley es llevar al cometimiento de este pecado, y lo hace por el cumplimiento mismo de la ley.
Pero, siglos más tarde, Freud (también judío) vino a hablarnos de ese pecado estructural, que no por desconocido hace menos daño, más bien al revés, cuanto más desconocido e ignorado más daño provoca. El psicoanálisis freudiano es quien se ha planteado la pregunta con más hondura psíquica acerca del origen de ese tantas veces morboso e inconsciente “sentimiento” de pecado. También Freud, alejándose (aparentemente) de la tradición judía de su padre, no hizo otra cosa que volver a sus orígenes, pues le dio al mito griego el sentido abrahámico por el cual, el impulso de matar al padre debe ser simbolizado para adquirir más unidad. El mito de Edipo que Freud utilizó para desarrollar sus tesis, presenta a la ley como la que desata o crea el deseo, o por lo menos le inyecta fuerza, la ley inscribe al ser humano en la civilización, no hay sujeto psíquico si no es social, si no acepta la ley que implica la prohibición del incesto, la prohibición del canibalismo o de la violencia. Es paradójico que la ley desate el deseo, pero sin embargo la paradoja es casi siempre civilizatoria, puesto que integra dos polos en apariencia irreconciliables, el deseo viene a ser una superación de las pasiones o instintos, a través de la ley el ser humano alcanza metas más elevadas, consigue sublimar sus instintos, estos grados de sublimación pueden alcanzar cotas verdaderamente elevadas, pues la capacidad del hombre es infinita. La internalización de la ley, o lo que es lo mismo la figura del padre, es la que introduce al sujeto en la civilización. La cuestión del padre es siempre simbólica, pues la madre sabemos quien es, la percibimos por los sentidos, pero el padre es siempre una cuestión simbólica, es necesario creer en él, el paso de lo perceptual a lo simbólico, a la palabra y al lenguaje lo trae el nombre del padre. El gobierno de la ley también se puede tomar en el sentido de un gobierno de la razón, en contraste con el desenfrenado y, por lo tanto, peligroso gobierno de las pasiones que, en última instancia, no puede sino conducir a la coerción y la opresión. La razón se concibe como una fuerza independiente y poderosa en la mente, y también en la sociedad, sin embargo, las cosas se vuelven más complicadas cuando, como detectó brillantemente Freud, la razón no es un jugador totalmente autónomo y por lo tanto permanece siempre esclava de las pasiones (lo mismo podríamos decir de la ley). La forma de liberarnos de las pasiones no es negarlas o reprimirlas, sino conocerlas.
A través de la ambivalencia que se observa en muchos vínculos afectivos Freud vislumbró cómo, todavía, parte de ese impulso agresivo de matar al padre sigue vivo y presente en el inconsciente. El amor, al igual que la verdad y la libertad, debe superar la ambivalencia entre hostilidad y cariño. Con la interpretación que Freud dio del mito griego de Edipo nos dejó clara la ambivalencia del amor al identificar los sentimientos que se generan en la evolución psíquica del ser humano entre amor y hostilidad. Esta hostilidad es la que viene simbolizada por el deseo de matar al padre, una hostilidad que puede ser completamente reprimida, y por tanto desconocida e inconsciente. Pero la represión que coarta la ejecución de tal deseo se expresaría en un inconsciente sentimiento de culpa y de ser castigado. El sufrimiento serviría para aliviar, en parte, este terrible sentimiento de culpa, y la necesidad de castigo también una vía para escapar a esta culpabilidad.
Pero no se puede escapar a la predicción del oráculo, pues ignorar estos deseos no impide la culpa que generan. Para trascender esa ambivalencia del amor es necesario indagar en la profundidad del inconsciente, enfrentar la angustia que esta culpabilidad genera para llegar a conocer un poco más acerca del origen de los deseos más ocultos, prohibidos y vergonzantes, solo así se adquiere un poco más de unidad, es decir de amor, de verdad y de libertad (Uno).
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