No existe en nuestro tiempo ningún equivalente (ni tampoco posibilidad de generarlo) comparable a los Escritos Sagrados recopilados en la Biblia, una labor tan grandiosa sería hoy imposible debido, entre otras cosas, a nuestro tan orgullosamente conquistado logro de la propiedad intelectual. Por tanto, a modo de introducción y para tratar de comprender el contexto en el que surgieron me gustaría traer las palabras de A.K. Coomaraswamy:
El hecho de que las obras de arte tradicional, ya sean cristianas, orientales o folklóricas, casi nunca estén firmadas, no es atribuible a un accidente debido al tiempo, sino que es así en conformodidad con un concepto rector del significado de la vida, cuya meta está implícita en el Vivo autem jam non ego de San Pablo: el artista es anónimo o, si ha sobrevivido un nombre, nosotros sabemos poco o nada del hombre. En las artes tradicionales lo que nos interesa no es nunca Quién dijo, sino sólo Qué se dijo: porque “todo lo que es verdadero, quienquiera que lo haya dicho, tiene su origen en el Espíritu” (San Ambrosio sobre I Corintios 12:3).
Por ejemplo, el libro de Proverbios podría haber sido fruto de 300 años de actividad sapiencial. Tradicionalmente se le atribuye a Salomón, pues fue para Israel siempre el sabio por excelencia, por este motivo es su escuela la que puede ser considerada como autora del libro. Aunque originalmente pudiera haber sido compilado por Salomón (970-931 a.C.), los proverbios recogen, además, material generado, anotado y recopilado por otros autores. La forma final del libro es posible que comenzase a circular a finales del reinado del rey Ezequías, alrededor del año 700 a.C. La era de internet que hoy nos ofrece tecnología tan avanzada junto con el tan alardeado conocimiento compartido no parece todavía ser capaz de superar el logro de haber creado un libro entre múltiples generaciones, encontradas en el texto, a lo largo de más de 300 o de 500 años. No resulta extraño, por ello, que haya personas dedicando toda una vida al estudio de un solo libro de la Biblia, o debates de siglos entorno a los enigmas del libro de Job, o libros enteros sobre una sola palabra del Génesis, libros sobre los libros de otros libros… La capacidad de los Escritos Sagrados de seguir engendrando y fructificando Conocimiento es infinita, incluso en una época como la actual en la que la democratización de la Biblia ha apartado de ella a sus lectores. A estas alturas la Biblia puede permitirse el lujo de prescindir de los lectores, su riqueza, grandeza y legitimidad trasciende la limitación de la letra.
Job y el leviatán. Monte Athos, c. 1300
LIBROS POÉTICOS Y SAPIENCIALES
Los libros sapienciales del Antiguo Testamento permiten adentrarnos en el conocimiento del mundo y de la vida del antiguo Israel, marcado particularmente por una relación ancestral entre Dios y la humanidad (o Pueblo). Los textos, inspirados por Dios, que conforman los libros sapienciales son: Proverbios, Job, Eclesiastés, Eclesiástico y Sabiduría; los libros poéticos son: El cantar de los cantares y Salmos.
Gerhard von Rad, uno de los autores que más ahonda en la reflexión sobre la Sabiduría de Israel nos dice que:
todos los pueblos civilizados han cultivado literariamente el saber experiencial y lo han fomentado; reunieron cuidadosamente sus dichos, sobre todo bajo la forma de proverbios de corte sentencioso. Trátase pues de una de las actividades más elementales del espíritu humano, cuya meta práctica es mantener alejados del hombre todos los males y todo cuanto suponga menoscabo de la vida.
Para iniciar una aproximación al concepto de sabiduría propia del Antiguo Testamento, podríamos intentar enunciarla como el conocimiento del orden del universo a través de la experiencia humana, en este sentido el vínculo entre el ser individual y el ser universal sería un componente fundamental. Para el hombre del antiguo Israel, tanto las relaciones sociales como el análisis y la clasificación de experiencias, hábitos y costumbres nos ayudarían a descubrir un orden, a partir del cual revelar, implícita y contenida, la presencia de Dios. La necedad o ignorancia serían, desde este punto de vista, la incapacidad para poner orden a estas cuestiones.
Además de la experiencia, fueron también fuentes de sabiduría la transmisión de padres a hijos, los viajes o el interés por conocer otras culturas como la de Egipto, Mesopotamia o Canaán. El sabio acude a la experiencia humana general, entendida de manera global y sin establecer diferencias de lo particular, por ejemplo entre la experiencia israelita y la egipcia o la mesopotámica. El objetivo de los textos son aquellas realidades de la vida cotidiana inmutables o absolutas, pues no parece que abunden las referencias a cuestiones relativas a los aspectos socio-políticos.
Sagrado vs Profano
Otra de las diferencias fundamentales con respecto a nuestra forma profana de ver el mundo y que resulta un impedimento a la hora de comprender el significado profundo de estos libros, es la división entre razón y fe o entre profano y sagrado. Esta dialéctica no tiene sentido aplicarla a los textos bíblicos, puesto que las experiencias profanas eran comprendidas como experiencia de lo divino y al revés. La concepción sagrada del mundo que M. Buber denomina “pansacralidad” ha ido, con el paso de los siglos, perdiendo predominio hasta llegar al extremo en el que hoy nos encontramos, por tanto, podemos ver diferencias entre la “pansacralidad” propia de los tiempos de Salomón y la del siglo VI. a.C., en todo caso, la tradición sapiencial israelita se sustenta sobre la fe en la omnipotencia de Dios.
Es gloria de Dios ocultar una cosa, y gloria de los reyes escrutarla. (Prov 25, 2)
Vemos en esta frase expresada la plena complementariedad entre razón y fé.
Temor de Dios vs Ética o Moral
Con una orden reunió las aguas, y a su palabra se formaron sus depósitos. (Eclo 39,17)
Como aguas profundas es el consejo en el corazón del hombre; mas el hombre inteligente lo alcanzará a sacar. (Prov 20,5)
En Israel no encontramos una reflexión fundamental sobre la esencia del bien obrar. Lo que sí queda claro es que la vida humana tiene que estar presidida por el temor y el conocimiento de Dios. Desde este punto de vista el bien únicamente sería el resultado lógico y fruto del conocimiento de Dios, el sentido ético de la sabiduría sería algo tan sencillo como que el bien se define por las obras buenas. El hombre sabio sería sinónimo de hombre felíz.
Los hombres malos no entienden de justicia, pero los que buscan a Jehová entienden todas las cosas. (Prov 28, 5)
La propia etimología de la palabra sabiduría nos revela su derivación latina del verbo “sapere” sinónimo de inteligencia y buen gusto, por tanto además de lo que es justo y bueno, la sabiduría nos enseña también lo que agrada o desagrada a Dios. Para ello la experiencia es una realidad no estática ni objetiva, sino dinámica y fluida que sigue un orden que está en las manos de Dios. No hay por tanto una cómoda seguridad en las concepciones o valores que derivarían rápidamente en pre-juicios.
A uno le parece limpia toda su conducta, pero es el Señor quien pesa las conciencias. (Prov 16, 2)
El dogma de la retribución como impulsor de los actos morales pertenece a un estadio mucho más posterior de la historia del pueblo de Israel. En estos momentos los principios ideológicos todavía no impregnan la cosmovisión, de manera que las personas “sabias” no se guían por patrones preestablecidos sino que las circunstancias específicas y concretas de cada situación obligaban a buscar y a encontrar aquel bien específico que cada situación demandaba.
Fieles son las heridas del que ama, pero engañosos los besos del que aborrece. (Prov 27,6)
La noción central de la literatura sapiencial es el temor de Dios, o temor del señor. Éste debía ser una realidad previa indispensable para alcanzar la sabiduría. La búsqueda de sabiduría no tenía sentido en orden a la erudición, sino que el sentido último del conocimiento humano estaba ligado a la pregunta sobre su relación con Dios. La disponibilidad hacia el misterio divino era una cualidad sustancial y primordial de la sabiduría. Según nos dice la Fides Ratio «Al hombre le corresponde la misión de investigar con su razón la verdad, y en esto consiste su grandeza». «Su deseo de conocer es tan grande y supone tal dinamismo que el corazón del hombre, incluso desde la experiencia de su límite insuperable, suspira hacia la infinita riqueza que está más allá, porque intuye que en ella está guardada la respuesta satisfactoria para cada pregunta aún no resuelta».
El temor del SEÑOR es fuente de vida, para evadir los lazos de la muerte. (Prov 14, 27)
El principio de la sabiduría es el temor de Jehová; Los insensatos desprecian la sabiduría y la enseñanza. (Prov 1,7)
El temor de Jehová es aborrecer el mal. (Prov 8,13)
Sentencias artísticas vs conocimiento racional
Los libros sapienciales son también llamados didácticos, por su enseñanza, o poéticos, por su forma. Otra diferencia fundamental con el modo habitual de comprensión de nuestro mundo es el estrecho vínculo entre Sabiduría y poesía o sentencias artísticas, pues en el contexto del antiguo Israel en el que nos movemos, la poesía bíblica era el vehículo humano querido por Dios para transmitir el mensaje que contiene su Palabra. La poesía sería, por tanto el lenguaje que más se acercaría a la comprensión divina.
Una de las características importantes de la sabiduría es que su lugar está en el corazón, es ahí donde Dios juega un papel decisivo, ahí el lugar de la receptividad donde algo del saber divino se manifiesta, pues la sabiduría racional humana en nada es garantía de éxito, el hombre debe permanecer abierto y disponible al misterio divino, es por este motivo que el verdadero sabio no sea nunca el que se tiene por tal, pues la vanidad y lo que hoy llamaríamos narcisismo son incompatibles con la conciencia de limitación del conocimiento humano y con la confianza en Dios.
El hombre se prepara por dentro, el Señor le pone la respuesta en los labios. (Prov 16, 1)
Para comprender mejor la doctrina optimista de las limitaciones del conocimiento humano, Von Rad recoge un texto de J. W. von Goethe, de su obra Die natürlich Tochter (La hija natutal):
«¡Sí¡ Aliento inescrutable de lo eterno que empuja nuestro ser, y no sabemos adónde nos impulsa su potencia; azar de nuestro sino, transformado en dictamen, audacia y cumplimiento: las alas de un destino insospechado coronan los anhelos de la meta. Sentir la poderosa mano ausente que colma el bienestar de lo perfecto. Renuncia a la exigencia inalcanzable que imprime su deber a lo pequeño. Espera de una paz inmarcesible que alivia el sufrimiento de ser hombre» (Acto V, esc. 7).
Alabanza de la sabiduría
Eclesiástico, 24
28 Nadie, del primero al último, ha conocido a fondo la sabiduría, 29 pues sus pensamientos abarcan más que el océano y sus designios son más profundos que el inmenso abismo.
30 Yo, por mi parte, soy como un canal que sale de un río, como una acequia que lleva agua a un jardín. 31 Dije: «Voy a regar mi jardín, voy a empapar mis prados.» Y mi canal se convirtió en un río, y mi río se convirtió en un mar. 32 Haré que mi instrucción resplandezca como la aurora, y que su luz llegue hasta muy lejos; 33 daré mi enseñanza como los profetas y la dejaré a las generaciones venideras. 34 Vean que no he trabajado sólo para mí, sino para todos los que buscan la sabiduría.
Icono de la sabiduría de Dios
Texto extraido de: https://rezarconlosiconos.com/granada/pag/69.html
De forma simbólica, la Sabiduría presenta la intimidad de la comunión con Dios. La Sabiduría aparece por ello recomendada con los cuidados propios de la esposa… «no la abandones y ella te cuidará, ámala y te protegerá … conquístala y te hará noble; abrázala y te colmará de honores» (Prov 4, 6.9)
Con las motivaciones profundas del amor, la Sabiduría invita al hombre a la comunión con ella y en consecuencia exige una respuesta personal de amor. Esta comunión se describe en los versículos de Proverbios 9 con la imagen bíblica del banquete: «La Sabiduría se ha hecho una casa, ha labrado siete columna; ha sacrificado víctimas, ha mezclado el vino y preparado la mesa. Ha enviado a sus criados a anunciar en los puntos que dominan la ciudad: “Vengan aquí los inexpertos”; y a los faltos de juicio les dice: “Venid, comed mi pan, a beber el vino que he mezclado; dejad las inexperiencias y viviréis, seguid el camino de la inteligencia» (Prov 9, 1-6)
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