Desde la calle veo la luz en mi ventana, no hay cortinas, es un ventanal grande a través del cual se intuye el salón. Alguien mantiene la luz encendida mientras yo no estoy, una presencia desconocida y sin previo aviso. Tengo miedo, necesito la compañía de mis amigas para atreverme a subir sola y desenmascarar al intruso. Al entrar lo primero que veo es la puerta del baño entreabierta, me asomo y compruebo que es una chica la que ocupa mi casa. Me produce tranquilidad saber que es “ella”, no hay peligro.
Hago pasar a mis amigas y la chica sale del baño, está desnuda e intenta explicar malamente los motivos de su presencia allí, pero no me importan mucho. Mis amigas han entrado hasta el salón, y en la mesa de centro hay restos de 3 tipos de tartas diferentes, me avergüenza sentir que observan la dejadez y el desorden que me permito en la intimidad. Las tartas están resesas y abandonadas, invadidas por un ejército de hormigas que aprovecha lo que yo desperdicio. Una de mis amigas roedoras quiere comer un trozo de tarta de queso, no se lo recomiendo, pero insiste y después de recortarle la parte más seca, se sirve un trozo. No parecen tener mayor interés que el de aprovechar las migajas sueltas de mis relaciones pasadas. Al acecho, para nutrirse de mis angustias, sin ni siquiera haber participado en la caza.
Las tartas son compradas y los papeles se invierten.
La presencia desconocida se convierte en mi aliada, y las guardianas vigilantes son ahora la amenaza. Aunque hay ciertos aspectos de mi que me avergüenzan y no deberían estar tan visibles, pienso que incluso puedo permitir la presencia de aves carroñeras en mi casa.
A veces se genera un clima húmedo y ecuatorial, ecosistema de madera de pino, molduras de ventanas y estantes, tormento, sospecha y tristeza recalentados. Los insectos campan a sus anchas, esos pequeños bichejos obstinados, de cabeza, tórax y abdomen. En una ocasión conseguí desalojarlos de la bandeja de mi horno, el sonido de su silbido fue lo más molesto de todo, otras veces tengo que sacarlos de mi cabeza y las menos graves, consiguen acribillarme para quitarme la sangre mientras duermo.
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Los signos y señales que aparecen suelen tener estructuras ilógicas. Requieren un planteamiento intuitivo que extraiga su sentido y que, por consiguiente, los haga susceptibles de interpretación creativa. No poseen un patrón previsible y su interpretación puede variar, no se entienden en términos absolutos y cabe incluso la contradicción. Acaso sea porque las mujeres carecen de espíritu lógico, quizás por la ausencia de la imagen fálica en su propio cuerpo, una regla absoluta les es imposible, ya que ninguna feminidad se puede comparar a otra, mientras que un órgano fálico sí se puede comparar a otro, y de lo cual no se privan todos los varones entre ellos.
Foto: Iria Friné Rivera Vázquez
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