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Foto del escritorMarta Cuba

Podredumbre



El Cuadrado Negro de Malévich es un símbolo del desierto al que fue necesario regresar en los inicios del siglo XX, en palabras del artista, “la imagen es algo que no puede sentirse dado que no hay nada más que nuestra imaginación”. Su cuadro, colocado en el mismo lugar que antes ocupaban los íconos rusos (la Esquina Hermosa), venía a decir esencialmente lo mismo que éstos.

Para Malévich los paisajes realistas eran un mero decorado, falsa ilusión de realidad, por lo que sólo el arte no figurativo estaba más cercano al sueño de la igualdad social respecto a la humanidad. Quizás se dejó llevar también por un falso espejismo de “innovación” tan característico de la modernidad, pues podríamos rescatar también el cuadrado negro que en el siglo XVI Robert Fludd incluyó en su filosofía: La historia metafísica, física y técnica de los dos mundos, a saber, el mayor y el menor. En la leyenda de esta obra se podía leer “et sic in infinitum” (y así hasta el infinito), la infinita negrura previa a la Creación. Malevich quiso representar la no objetividad del universo mientras que Fludd representaba la objetividad más allá de la apariencia relativa del universo. 

En cualquier caso, este cuadrado es tan solo una excusa para traer un vergonzoso tema con el que “el mundo de las costumbres” nos ilustra abundantemente el día a día. Algo tenía que poner para evitar que la suguiente imagen de esta entrada ocupara la cabecera del historial de entradas… Descenso al inframundo no, esto sería también insultar al inframundo, no se como llamarlo, solo espero no repetirlo demasiado. 


Como cada año, el mensaje del rey por Navidad entra en nuestras pantallas desde la más absoluta ranciedad, por otro lado nada diferente que la del resto de la clase política, en esto han conseguido igualarse de manera muy “democrática”, claro. Sus palabras no dicen absolutamente nada, por lo que para comprender el mensaje debemos fijarnos en el marketing, ciertamente con ver 2 segundos de imagen nos podemos ahorrar todo lo demás. En el año de la pandemia el mensaje se comprendió fácilmente tan solo con mirar las fotos que le pusieron estratégicamente de fondo sobre el improvisado escenario de “muebles austeros” de cartón pluma. Dos fotos enmarcadas y convenientemente separadas, pues aunque haya sido, seguramente, la primera vez que se vio representado al “pueblo” en el decorado del teatro, tampoco hay que pasarse, juntos pero no revueltos. En aquel momento el mensaje se entendía rápido, es lo bueno del marketing, que es muy simple, en una foto aparecía un grupo de niños y jóvenes, todos ellos muy diversos, de todas las razas y colores, con predominio femenino, por supuesto (la igualdad de género es algo que preocupa profundamente a la casa real, como a toda la sociedad) y lo más importante, todos llevaban mascarilla. Al otro lado del rey, en otra mesa diferente, varias fotos familiares entre las que destacaba en primer plano la del rey junto a su esposa e hijas en un entorno natural y distendido, todos ellos sin mascarilla. El mensaje era claro: os dejamos con vuestras falsas ilusiones democráticas de igualdad pero no tendréis rostro, ni capacidad para hablar, poned el bozal y observad como nosotros no lo necesitamos.




Este año no sé lo que habrá dicho, pero si atendemos al escenario de fondo vemos una foto de la jura de la Constitución de la princesa Leonor, podemos intuir que todo su discurso habrá girado en torno a respetar la Constitución y la monarquía y la democracia y blablabla… nada de interés, pero acudamos ahora a descifrar otros mensajes que también nos mandan sus altezas.



El del berrinche de la reina por quedarse sin copa es especialmente significativo, en particular por ser la copa además un símbolo de lo femenino, ¡para qué queréis la copa si ya tenéis feminismos, por dios! Este incómodo momento que dejó a la reina sin opción de brindar fue para muchos una simpática anécdota, para otros un claro ejemplo de la negatividad que escondía la sonrisa fingida de Letizia, detrás de la cual se puede intuir lo déspota y altiva que es. Una cosa queda clara, por más que le hayan enseñado protocolo, la frialdad de los Borbones no se aprende de la noche a la mañana, en la reina aún se pueden observar rastros de humanidad, aunque sea para evidenciar aspectos negativos como el interés en el dinero, la fama, el poder y el mundo de las apariencias. Este interés los Borbones no lo tienen, evidentemente porque ya lo disfrutan desde hace siglos, es por ello que pueden ofrecer una imagen de “bonachones”, naturales y espontáneos, tan bonachones que se agarran a la copa fuertemente para no soltarla, que nadie se la quite.

Esta pareja simbolizan verdaderamente la mezquindad más inmunda de la sociedad, por otro lado, nada especialmente diferente de los motivos “interesados” que llevan a tantas parejas a entrar en el negocio del matrimonio, con dinero o sin él, la deshonestidad y la corrupción nos hacen a todos iguales, esa ansiada igualdad por la que tantos dan berrinches y pataletas como el de la reina, reclamando a gritos su derecho a ser igualado en la bajeza moral. Entre las condiciones que firmó la reina para entrar a formar parte de la familia real estaban la de renunciar a sus hijas en el caso de divorcio, es evidente que renunció a ellas también en el matrimonio, si llamáramos a las cosas por su nombre diríamos que las vendió por cuatro monedas de oro, prostitución es la mejor palabra. En cualquier vídeo al azar que escojamos se puede observar perfectamente como sus propias hijas no la miran nunca a la cara, y sólo tienen sonrisas para su padre. Por jóvenes que sean, ellas ya están plenamente formadas en asuntos de protocolo, no dan el cantazo de su madre porque ya han sido convenientemente “educadas”. Ya sabíamos que la monarquía estaba podrida, esto no sorprende a nadie, muchos la usan para creerse por encima de esta podredumbre, sin embargo la burguesía (los siguientes en hacerse con el poder) no han demostrado mayor altura, han perpetuado todavía más la desvergüenza. La reina Letizia es un claro símbolo de ésto, el pastel puede repartirse siempre y cuando todos sigan siendo igual de miserables.

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