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Foto del escritorMarta Cuba

La soledad organizada



Reproduzco tal cual el pensamiento de Gustavo Dessal, en estos momentos en los que la impostura científica, el abuso del lenguaje, la confusión de las palabras y el fraude intelectual nos acorralan hasta la muerte.

“LA SOLEDAD ORGANIZADA ¿Alguien recuerda la edad dorada del confinamiento, cuando la humanidad se creyó Una en el amor universal? Muchos vieron el augurio de una redención, la promesa de una enmienda histórica: renaceríamos mejores y más buenos. Aquel sueño no duró mucho, porque muy pronto mudó en pesadilla y volvieron los zombies, las criaturas funestas que dormían en el mismo fango del que provenimos. Si el virus es ya una desgracia que se desparrama por la tierra, cada nueva oleada arrastra consigo los rebrotes del mal. La pandemia y las ideologías más oscuras han sellado una poderosa alianza, dando vida a viejos símbolos y ritos que celebran el odio y la muerte. ¿Por qué la repetición demoníaca prospera en la pandemia y enseña de nuevo la mueca del totalitarismo? Tal vez el arcaico temor cósmico que nos envuelve se ha agitado ante la acción de un enemigo invisible que envenena los cuerpos y las naciones. Hannah Arendt (“Ideology and terror”) formuló la tesis de que el fundamento del totalitarismo consiste en la capacidad del pensamiento ideológico para encerrar a los individuos en una soledad organizada. Cuando la existencia se quiebra ante un acontecimiento que nos despoja del poco de sentido al que nos aferramos para perdurar, el terror y la vulnerabilidad nos hace alzar la mirada hacia el sol negro del pensamiento ideológico, buscando allí una respuesta. Para Arendt, el totalitarismo se implanta mediante la organización calculada de la soledad, destruyendo los lazos que vinculan a los sujetos entre sí y a éstos con la experiencia individual de la realidad. El totalitarismo sustituye el marco individual del fantasma, el escenario donde cada sujeto construye su experiencia singular de la realidad, por un molde donde las singularidades mueren aplastadas bajo el peso del espanto colectivo. La ideología es ese espanto aún mayor que el terror que se apodera de nosotros cuando debemos enfrentarnos al abismo de nuestro inconsciente. Entonces preferimos refugiarnos en la soledad de la masa y convertirnos en autómatas salvajes, desprovistos de toda solidaridad humana, prestos a seguir el camino que nos señalan los profetas salvadores. El pensamiento ideológico inocula el sentimiento de que más allá de la experiencia singular de cada sujeto existe una realidad más real que nadie ha sabido ver, una realidad oculta a la percepción pero que nos es revelada por el discurso totalitario. “El sujeto ideal del mandato totalitario no es el nazi o el comunista convencidos, sino la gente para quien la distinción entre el hecho y la ficción, la diferencia entre lo verdadero y lo falso, ya no existe más”, escribe Arendt en la obra citada. Las llamadas “redes sociales” pueden convertirse en el instrumento perfecto para la desocialización, el vehículo más idóneo para deslizarnos hacia la pendiente de la fabulación paranoica. En un notable ensayo sobre la distinción entre soledad y aislamiento, Samantha Rose Hill destaca que en uno de sus diarios la filósofa alemana se pregunta si acaso existe un modo de pensamiento que no sea tiránico, y cuál es la razón por la que los seres humanos son presa fácil de las fórmulas más horrendas. Concluye que los hombres prefieren la esclavitud antes que la posibilidad de pensar por sí mismos. Seguramente el psicoanálisis, al introducir la dimensión del inconsciente, puede llevar incluso más lejos esa terrible pregunta y su posible respuesta. El lenguaje constituye la primera tiranía de la que no podemos escapar, y es probable que en esa inevitable captura surja el germen de todos los mandatos ulteriores. A diferencia de lo que la gran Arendt creía, para el psicoanálisis la libertad no consiste solo en la facultad de pensar por fuera de la ideología, sino en la imposibilidad de la palabra para organizar toda la experiencia singular de cada sujeto. Mediante ese resto inasimilable al Todo y que se refugia en el síntoma, algo consigue escapar a la institución del lenguaje y su poder doctrinario. Es por esa razón que el síntoma es lo primero que un sistema totalitario habrá de eliminar. Los alemanes lo comprendieron perfectamente: el Uno solamente puede reinar sobre las cenizas de los síntomas. No llegaron a tiempo para eliminarlos a todos, pero sus nuevos émulos diseminados por el mundo, y mejor pertrechados para organizar la soledad, quieren volver y completar la tarea.”

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